Cuando Él aparece
en escena se apodera de tu vida, te ciega, entras en pánico y tu cabeza deja de
pensar con claridad. Intentas actuar de la forma que tú crees correcta,
haciendo lo que intuyes que se espera de ti. Pero Él te aleja de la realidad,
cambia tu personalidad y la percepción que tienes del mundo que te rodea.
Al principio
intentas resistirte, crees que puedes controlarlo, pero Él no acepta Dueños y
controlarlo es más que difícil así que, al final, acabas entrando en su cárcel.
Haces de una habitación tu prisión y Él te jura amor eterno. Allí Él te da confianza y juntos buscáis
venganza a todo lo malo que te hace creer que hay en tu mundo.

Cuanto más
te ahoga más le das, le cobijas y le comprendes sin darte cuenta de que, tarde
o temprano, te empujará a dar un paso al frente y decir adiós a todos tus
problemas.
Pero cuando consigues
abrir los ojos, te das cuenta de todo lo
que ha pasado y parece que ya es tarde. Las heridas se han convertido en yagas
y solo ves muros, no ves la salida. Normalmente empiezas a sentir las caricias
de los demás como si fueran puñaladas que se clavan una y otra vez.
Vivir con Él
es firmar un pacto con demonios porque Él es cada golpe que te das contra el
suelo, a Él no le importa lo que sientes, Él no tiene piedad. Él es la causa de
todo tu dolor, se cobra todos tus actos y hace que el pasado quede grabado
eternamente en tu cabeza.
Hasta que en
algún momento de ese proceso vuelven a aparecer en tu vida esos “Salvadores” de
los que siempre os hablo y te hacen recordar todo lo que Él había borrado de tu
mente. Ellos te vuelven a enseñar por qué y para que estas aquí, que es lo que
quieres conseguir, cuales eran tus metas y que camino querías seguir. Y de
repente le ganas la batalla al Miedo. Empiezas a abrir los ojos y ves la luz
con mucha más fuerza que antes.
Esto me ha
pasado a mí y si me he decidido a dejarlo escrito es porque no quiero olvidarlo
y porque creo que le puede pasar a muchísima
gente más, que vive el BDSM de manera intensa y que en ocasiones puede sentir
ese miedo por un simple error.

Nunca
debemos olvidar porque lo hacemos, nunca debemos dejar que nada ni nadie nos
saque del camino que hemos elegido seguir pase lo que pase. Porque el hacerlo,
el salirnos de camino… Le da a ese miedo muchísima más fuerza e impide que en algún
momento podamos volver a encontrarnos con esos Salvadores que nos dan la vida,
nos enseñan y nos hacen seguir creciendo.